¿Desafío muuuusical?
Como bailarina, me encanta asistir a ensayos generales de la Orquesta Sinfónica. Imagínate –todos los bailarines y el equipo técnico de Shen Yun sentados cómodamente en los asientos de pana azul de nuestro auditorio, disfrutando de la interpretación de las obras favoritas de la temporada pasada. Después de un largo día de entrenamiento y ensayo para el espectáculo de danza del año próximo, este pequeño obsequio –sin transpiración, sin presiones– es un placer total.
Cuando el concierto comienza, ya estoy al borde de mi asiento. Las ganas de bailar al ritmo de la música son imposibles de reprimir, y tampoco es necesario. Disfruto de la dirección divertida y enérgica del director de orquesta, busco a los músicos amigos que no veo muy seguido y sonrío ante el impresionante baluarte de contrabajos, siempre tan absortos al rasgar sus pizzicatos –que para mi sorpresa, son detallados, cálidos e increíblemente alegres.
En la tercera composición, un dúo de flauta y clarinete tocan las primeras notas de Poetas del Pabellón de la Orquídea y una escena conocida me envuelve:
Con la respiración entrecortada después de una emocionante vuelta por la Dinastía Tang, me abro paso desde las brillantes luces del escenario hacia el detrás de escena tenuemente iluminado. Unas maniobras estratégicas (y hasta inconscientes) me permiten navegar entre amigas todavía jadeantes y docenas de vestuarios y accesorios que utilizamos durante los primeros tres cambios rápidos de la noche.
Mis dedos se dedican a desabrochar un tocado de estilo Tang –el comienzo de otra transformación menos apresurada– porque pronto estaremos viajando unos milenios más hacia el pasado para participar de una fábula pre-dinástica. Mientras, mis ojos buscan un vestido de hada del loto y una túnica de la corte Han, que esperan pacientemente a que los recoja y cuelgue con cuidado. A la distancia, una calma y mística melodía se eleva desde el foso de orquesta, acentuada por los súbitos y poderosos sonidos de los abanicos de estudiantes antiguos, cuando los bailarines los abren y los cierran de golpe.
Unas canciones después en la segunda mitad, suspiros de admiración emanan a mi alrededor cuando comienza otra favorita: La mística udumbara. Esta vez, las muchachas entramos en acción. En toda la sala surgen brazos que comienzan a balancearse en sincronía: derecha-izquierda-derecha, se unen en un capullo y luego se abren como una flor. Luego ¡tra-la-laaaaaaaa! El director de orquesta realiza la fermata final y cada bailarina (en su cómodo asiento azul) queda en la pose final de la flor.
Si alguien de afuera entrase al auditorio en ese momento, pensaría que estábamos haciendo “la ola” en un concierto clásico. Pero nos estábamos divirtiendo más de lo que se podrían imaginar, reviviendo hermosos recuerdos que obtuvimos como hadas de la flores en la temporada anterior.
La gira de la Sinfónica
La gira anual de la Orquesta Sinfónica Shen Yun es la oportunidad para que nuestros músicos se adueñen del escenario. Le dan un lustre extra a sus zapatos y aprovechan su momento protagónico. Y con las orquestas de todas compañías de gira trabajando juntas, el efecto es algo de otro mundo.
Cada año, antes de que los músicos salgan de viaje, los bailarines somos su primer público. Es como un preestreno privado en el que podemos tomarnos la noche libre y gritar “¡Bravo!” tan fuerte como queramos.
Quizás no todos los bailarines de danza clásica china podemos reconocer las diferentes notas musicales, pero todos nos damos cuenta cuando una orquesta suena espectacular.
Después de todo, no somos vacas…
Perdón, ¿acabas de levantar las cejas? Bueno, te voy a contar la historia sobre un conocido dicho chino, y luego entenderás a qué me refiero.
Incomprensible
Había una vez, durante el Periodo de los Reinos Combatientes (475-221 a.C.), un músico llamado Gong Mingyi que era famoso por lo cautivante que sonaba su cítara de siete cuerdas cuando él la tocaba. Pero había un oyente al que no podía impresionar…
Una hermosa mañana, Gong se despertó con un ánimo romántico. En cuanto salió a la luz del sol, decidió ir con su cítara a las colinas.
Allí, entre las flores silvestres y la suave brisa, Gong vio que tenía un afortunado oyente: una distraída vaca que andaba pastando. Decidió ofrecerle un show privado.
Gong se sentó y tocó una canción muy emotiva. Cuando tocó la última nota, la miró con un suspiro de satisfacción… pero la vaca no mostraba ninguna reacción. Qué raro, pensó Gong, entonces probó con otra canción. Y otra. Nada. La vaca solo masticaba.
Irritado, Gong comenzó a tocar cualquier cosa, causando un revuelo. La vaca finalmente le prestó atención. Consternado, el bovino sólo dejó de masticar patéticamente para buscar la fuente del alboroto.
Esta es la historia detrás de la expresión china “tocar música para una vaca” (對牛彈琴 duì niú tán qín), que similar a la expresión “darle margaritas a los cerdos”, significa ofrecer algo valioso a alguien que no lo aprecia.
Ahora ya sabes por qué digo que los bailarines no somos vacas.
Mientras, del otro lado del mundo nuestra orquesta ya comenzó su gira por Asia, y de seguro será maravillosa. ¡Ojalá tú puedas oírlos también!
Betty Wang
Colaboradora
15 de septiembre de 2016